El Rostro de la Muerte.
...Profundas
heridas, infringidas tras la explosión de la metralla, hacía que mi
vida
se evaporara. Mi cuerpo yermo, sin existencia, yacía sobre
hierros retorcidos, y el olor a pólvora se expandía por todo el
extrarradio. Una herida penetrante, sobre mi pecho, desalojaba
sangre, que brotaba desde mis entrañas, como el agua de un
manantial, inundando mi alma, que se alejaba y ascendía hasta otra
dimensión.
De pronto, un extraño y cadavérico rostro, enfundado en una oscura túnica, me sonreía y me invitaba que lo acompañase a visitar el reino de los difuntos, donde el dolor desaparecería y el eterno descanso, me sería concedido.
Sin lugar a dudas, desde lo más profundo de las tinieblas, me visitaba la muerte. Su rostro, encubierto tras la caperuza, poseía los rasgos de un cráneo humano, de color macilento, mustio, desvaído y pálido. Con dulces palabras, que brotaban desde una cavidad bucal cavernosa, me invitaba a que me reuniera, con ella, en un lugar donde no existe el infierno que padecemos en la tierra.
Pronto, aquella imagen se difuminó y pude percibir una luz al final del oscuro túnel. Mi profundo sueño, se disipó, y la sonrisa que lucía en mi rostro se borró...volvía a la vida. Profundos dolores, se adueñaron de mi cuerpo y percibí a mi alrededor, rumores, de gritos, quejidos y lamentos en mi total aturdimiento. Cuando desperté, me encontraba en la habitación de un hospital y el fuerte halo de luz que emergía desde una fuente de energía artificial, cegó mis ojos. Perdida la noción del tiempo, mi cerebro, transmitía lo que sucedía a mi alrededor, pudiendo comprobar voces que me resultaban familiares, efectivamente, allí se encontraba mis padres y mi mujer, susurrando, temían por mi vida.
Envuelto, en extrañas sensaciones, quise incorporarme y abrazarlos, pero mi cuerpo no reaccionaba. Quise gritar, pero mi voz no se escuchaba. Tras un intervalo de tiempo, el silencio volvió a inundar la habitación, intuí, que mis familiares habían marchado y sólo la maquinaría que me mantenía con vida se percibía.
Pasadas unas semanas, médicos , cirujanos y enfermeros, charlaban sobre mi estado, esperaban una reacción en el momento mas inesperado.
Largos meses, fueron transitando y mi estado se deterioraba. La angustia y el sufrimiento, se apoderaba de mis familiares y pensé que me convertiría en un vegetal, y que nunca volvería a ser normal.
Pedí que me concedieran la eutanasia, para no convertirme en un cuerpo inactivo, ineficaz e inerte, para observar el mundo a mi alrededor, dependiendo de mi familia, la cual sufriría, padecería y se resignaría, en silencio comprobando mi estado.
Una
de las mañanas, una tímida reacción en una de mis manos, hacía
que brotara la
esperanza, que comenzó al mover el dedo meñique.
Mi mujer, loca de alegría, no daba
crédito a lo que había
observado sus ojos. De momento, la habitación era ocupada por
el
equipo médico, que me atendió desde el primer instante que
ingresé en el hospital.
Una reacción muy positiva, comentaban
entre ellos. En días sucesivos comencé moviendo
el resto de la
mano, abandonando así el profundo coma, donde mi cerebro era el
único
órgano que no se vio alterado tras la tremenda explosión,
en uno de los vagones del tren.
De forma gradual, fui
recuperando la movilidad del resto de mi cuerpo, y articular
algunas
palabras sin sentido. Mi mujer me ayudaba, tratando de
recordar, aquel momento, dónde
la explosión puso fin a muchas
vidas inocentes, por la crueldad del ser humano, en dónde
nos
comportamos como monstruos sedientos de venganza, y no como personas
civilizadas.
Por fin
pude recordar, los momentos previos a la explosión. En el intervalo
de pocos segundos
vi como la gente gritaba de horror, cuerpos
destrozados por la metralla, miembros arrancados
envueltos en un
mar de sangre...quedé paralizado por el horror, y desde mis ojos
brotaron
unas lágrimas, abrazado a mi mujer, que con palabras de
aliento me invitaba de nuevo a que
este triste episodio de mi
vida, había sido superado, por mi fuerte complexión física o
por
un hecho milagroso. Sin duda, desde ese día había comenzado
para mí una nueva vida.
Abandoné el hospital, con un fuerte
abrazo para el equipo médico. Me acompañaba toda la
familia,
incluida mis hijas. Las heridas cicatrizaron, pero quedaron tatuadas
en mi cuerpo
como marcas realizadas desde el mismo infierno.
Desde
ese día comencé a experimentar una reacción, en dónde cualquier
pequeño detalle,
tenía mucho sentido en esta vida, dónde la
crueldad del ser humano, está por encima de todo.
En mis sueños,
los recuerdos de mi extraño visitante, se apoderaron de mis
pensamientos
desde el más allá, un rostro al que no pude
distinguir, me había concedido una segunda oportunidad.
Relato
Original de Marcos Tenorio Márquez
Dedicado, a todas
las victimas del atentado, sufrido en Madrid, el 11 de Marzo de 2004,
en el mayor ataque terrorista, padecido en España.
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