Recuerdos de Tharsis.....Las Trampas.
...Transmitida de generación en generación, la costumbre de poner trampas para cazar, es una tradición ancestral, perdida en los albores de los comienzos de la humanidad, cuando el ser humano tubo la necesidad de cazar, para sobrevivir. Esta vieja tradición, costumbre o hábito, regresó, (aunque siempre ha estado presente) con firmeza, quizás acentuada por los años de hambruna, que la población del país tuvo que sufrir, debido a la absurda guerra, donde la escasez de alimentos, motivaba a los padres de familia, buscar un sustento en forma de carne, para alimentar a la familia necesitada, para subsistir. De esta forma se recurría a este viejo arte, puesto en practica por los primeros seres humanos, que comenzaron a poblar el planeta.
En Tharsis, conocemos este artilugio como trampas, aunque en otros lugares de la amplia geografía del país, son conocidos con otros nombres, como por ejemplo “costillas”. Su forma es fácil de reconocer, consiste en aros de alambre, galvanizada, uno de los cuales tiene forma diferente, para sostener un muelle de acero y pinganillo, que accionará, la trampa, cuando el ave , mamífero u otra forma de vida, mueva el cebo.
Llegado los meses de verano, cuando el agua de los distintos barrancos, charcas u otra forma de contener liquido elemento, se evaporaba, secaba o consumía, por el calor y las altas temperaturas, llegaba el momento de salir a cazar aves, hasta los lugares que aún mantenían agua, como podían ser manantiales, fuentes o pozos sin brocal.
Las cortas vacaciones que disfrutaban los mineros eran consumidas, bajo sombras de eucaliptos, huertos y sobre todo, salir a poner trampas, pues esta afición, estrechamente ligada al minero, formaba parte del ocio, como distracción, pasatiempo y entretenimiento, para olvidar la dureza de los días de mina.
La tarde anterior a la salida, hacia el lugar, para poner las trampas, ibas a buscar el cebo que consistía e insectos, los populares saltamontes conocidos por estos lares como “gañafotes”. Armados con ramas de eucaliptos, torbisco u otro arbusto, cazabas, cuando ya la tarde declinaba, en los lugares que frecuentaban. Una vez cazado, una lata de conserva de tomate, con un poco de pasto en su interior, era el lugar idóneo para conservarlos, tapados con un plástico con agujeros, para que no escaparan y respiraran. Variedad de saltamontes hay muchas, pero quizás los mas codiciados, por los tramperos, en aquellos años era una variedad que habitaba lugares y zonas próxima a barrancos, el cual recibía el nombre de “gallegos”. Estos saltamontes de buen porte, constituían un manjar, para...cogujadas montesinas y comunes, mirlos, totovías, alondras, trigueros, collalbas, perdices, codornices...etc.
Una vez cogidos los saltamontes, tan solo faltaba la salida, y esa noche no dormías, atento al despertador de tu padre o abuelo. Tras un corto desayuno, estabas preparado, con trampas, “gañafotes” una talega de comida, donde no faltaba tocino, chorizo y el “mendrugo “ de pan horneado, del día anterior, para finalizar con una cantimplora de agua, de aquella de la mina, de color verde y plata.
Antes de que el astro rey, irrumpiera con su dorado halo por el horizonte de la mina, salíamos, aprovechando la luminosidad de la luna tardía de julio. Escogido el lugar, en esta ocasión, una fuente con forma de charca, comenzabas a tapar los margenes, donde llegaba el agua, con ramas de jaras, jaguarzos o adelfas. Esta manera de tapar la zona de agua, para que el ave no pudiera beber, estaba mal, por la suciedad que generaba y el veneno que contenía por ejemplo la adelfa. La mejor forma, de tapar, la cual pusimos en práctica pasados unos años, consistía en hacer un pequeño muro con el barro de los márgenes, de esta manera, no ensuciabas ni contaminabas el agua.
Tan solo quedaba, colocar las trampas, aprovechando aún la luz, que nos brindaba la luna llena. Para generar tierra, con la que tapar las trampas, nos servíamos de un “caboche” para hacer la postura y enterrarla, con el gañafote insertado. Una vez terminada esta operación, una piedra era colocada en la parte trasera, para que el ave no picara por detrás.
Con todo preparado, nos retirábamos hasta la sombra de una encina, pino u otro árbol, donde esperábamos un tiempo prudencial. Transcurrido el tiempo, visitábamos la charca, para recoger las aves capturadas y armarlas de nuevo, algunas de ellas, con el “gañafote” invadido de hormigas o de avispas, las llamadas “sotorreñas” que quedaban las trampas en pocos minutos sin cebo, Para remediar la voracidad, de estas avispas y que se entretuvieran con otra cosa, había un truco muy bueno, consistente en colocar las cabezas de sardinas del almuerzo pasado, en zonas, donde acudieran las avispas y de esta manera evitar, que comieran el cebo.
Llegado el mediodía, con el ascenso brusco, de temperaturas, llegaba la hora de retirar las trampas, y volver para casa, con las capturas realizadas, en busca del gazpacho y el tocino veteado de Salva.
Por último, para terminar con este emotivo relato, debo decir, que este método de caza, siempre ha estado prohibido, aunque hoy día más. Aquellos años, en que nuestros padres, tíos o abuelos, nos transmitieron esta afición, lo hicieron por necesidad, aunque en aquellos años, no hiciera falta, porque los años de hambruna quedaron en el olvido, siempre es necesario un periodo de desaceleración, y así ha ocurrido, que ya nadie coloca trampas o es muy raro quién lo haga, porque todos/as, estamos concienciados de que estas pequeñas aves, son necesarias para la erradicación de insectos, por todo ello, el “Seprona” de la guardia civil, actúa con disciplina, rigor y severidad, quién incumpla la ley.
Aquellos
años, forman parte del recuerdo, aunque el daño que se hizo a
la población de aves es ridículo, si lo comparamos, hoy día, con
las fincas de explotaciones agrícolas y el veneno que vierten sobre
sus tierras, o aquellos años que vertieron por los campos el
peligroso DDT, para acabar con plagas de langostas, eso sí que
hacían daño, incluso irreparables, para ciertas poblaciones de
aves, que quedaron ciertamente, diezmadas.
Recuerdo de Tharsis...Las Trampas.
Dedico este relato, a aquellos buenos artesanos que conocí, en la construcción de estos artilugios, nombres como Juan Garfia, José María “Picilla” y algunos otros que no recuerdo.
Marcos Tenorio Márquez.
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