La ruta del contrabando en los años 40
...Esta
historia que voy a contar a continuación, está basada en hechos
reales, ocurrió en la década de los años cuarenta, cuando el país
atravesaba una hambruna, debida a la absurda guerra civil, dónde el
general Franco, se alzó, en armas, para dar un golpe de estado, que
derrocara a la II República, elegida e instaurada, de forma
democrática, por el pueblo Español.
Muchas personas sufrieron en sus carnes, los abusos de los llamados “Falangistas” que haciendo uso del poder que les otorgaba los territorios conquistados, violaban, a las mujeres y segaban la vida de todas las personas que fueran de ideología diferente a lo que ellos pregonaban, el fascismo puro y duro, que triunfaba en países como Alemania e Italia.
En mi familia, una de mis tías, sufrió en carnes los abusos de estos “salvajes” que se escudaban en el poder que otorga la armas, para someter, imponer y dominar a las victimas, las cuales quedaban de por vida marcadas, psicológicamente y jamás pudieron recuperarse, anímicamente de las vejaciones, humillaciones e injurias a las que fueron sometidas por estos “monstruos”.
La
historia se inicia en Tharsis, dónde pese al trabajo en las minas,
también se pasaba hambre, al faltar alimentos de primera necesidad y
esta escasez provocaba, que las personas se arrojaran a una aventura
de muchos kilómetros, para poder traer a casa, dichos productos,
algunas familias para venderlos y ganarse algunas pesetas y otras
para sustentar a una familia numerosa. Pan, azúcar, leche y café,
eran los productos más solicitados, y a esta forma de contrabando,
se le llamó estraperlo.
Las noches de luna llena, eran las elegidas para salir al contrabando, para no llamar la atención de los carabineros,(cuerpo armado, integrado en la guardia civil a partir de 1940) que se apostaban a lo largo de la frontera del “Chanza” frontera natural con Portugal.
Mi abuela María y tía, salieron rumbo a Portugal, casi iniciado el crepúsculo, su destino, Minas de Santo Domingo o Corte do Pinto, los pueblos más cercanos a la frontera. Guiadas por la luz del satélite de la tierra, marchaban por sendas conocidas, siempre atentas, para no ser, sorprendidas por las continuas patrullas de carabineros.
Transcurridas, unas horas, llegaba hasta Puebla de Guzmán, su primer destino, aunque aún quedaban decenas de kilómetros y la vigilancia en estas zonas comenzaban a ser mayor. Para transportar los productos, se usaban vestidos con amplias “faldiqueras”, estas, tenían la misión de ocultar los productos y que no se vieran, aunque también se usaban sacos, de telas de colores oscuros como gris y marrón.
Fieles devotas de San Francisco de Asís, vestían con la indumentaria de la orden Franciscana y solían llevar, estampas, de San Antonio de Padua, Virgen de la Peña y Santa Barbara. Su fuerte convicción religiosa, católica y cristiana, le daba fuerzas para abordar el tremendo esfuerzo físico que conllevaba dicha empresa.
Una vez llegadas al país vecino y de día, realizaban las compras, con absoluta discreción y esperaban de nuevo la llegada del crepúsculo, para abordar el peligroso camino de vuelta, ya que a la pesada carga, había que añadir las continuas patrullas, que vigilaban la zona. Orientadas por la luna llena, emprendían el camino, con rezos en voz baja.
Una de las veces, ya cruzada la frontera, escucharon lo que parecía cascos de jacas, a poca distancia de ellas. Unas siluetas montadas a caballo, se percibían, nitidamente, por la claridad que recibía, de la luna que brillaba desde lo más alto del firmamento, debido a la acción del sol, al reflejar sus rayos. Sin tiempo para reaccionar, ambas se apartaron del camino, y se ocultaron tras unas hierbas altas y con las estampas en las manos, comenzaron a rezar en silencio. A escasos metros, podría percibirse de forma nítida, como los carabineros oteaban todo el contorno, a lomos de sus corceles, donde se obtenía una buena imagen de las inmediaciones, debida a la acción de la luna. Una misteriosa invisibilidad, las envolvió, pues era imposible que desde la distancia en que se encontraban, no hubieran sido captadas por la patrulla.
Sin embargo, otras personas no corrían la misma suerte, una vez confiscado el contrabando, los encerraban en los fríos calabozos de Puebla de Guzmán, hasta ser soltados unos días después. Esa era la dura realidad de un tiempo, de penurias, escasez y miseria, donde el contrabando con los alimentos básicos, para poder subsistir estaba seriamente perseguido y castigado.
Una vez llegadas al pueblo, cansadas y descompuestas, eran agasajadas por toda la familia, y el pan, café, leche y azúcar, asegurados por un tiempo, hasta que la posguerra y sus consecuencias, fueron apaciguando, calmando y mitigando de sus devastadores efectos.
Así os transmito, desde este humilde blog, acompañado de ilustración, aquel pasaje de una época que quedó en el olvido, pero que es conveniente recordar.
La ruta del contrabando en los años 40
Marcos Tenorio Márquez
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