El Minero.
...Estaba pasando la noche, bajo el abrigo de las estrellas. Mi cuerpo cansado, embriagado por el exceso de alcohol, reposaba sobre duros ladrillos en la plazoleta que da nombre al minero.
Adormecido, anestesiado, por el líquido que se alojaba en mi interior, pronto me sumergí en los brazos de Morfeo. Un sueño profundo, intenso, hondo, narcotizaba mis funciones elementales perdiendo el sentido y la sensibilidad.
El frío de la madrugada, hizo que me arropara, con las escasas vestimentas que llevaba, entonces abrí los ojos, quizás por intuición, pues mis parpados, fuertemente cerrados, batallaron para no desplegarse.
Sobre un costado, la estatua del minero me observaba, velando, vigilando y custodiando, mi abatido cuerpo, que reposaba, sobre el duro colchón de ladrillos, como cualquier soldado haría en el turno de guardia.
Poco a poco, su cuerpo de bronce, comenzó a derretirse, recobrando apariencia humana. Me froté los ojos, legañosos, no podía creer lo que estaba ocurriendo y a mi alrededor, ningún alma podía corroborar, lo que mis ojos estaban observando. Creí desfallecer, mientras en mi cerebro, una batalla se libraba, y entre tanta confusión, no podía distinguir entre ficción y realidad, traté de huir del lugar, aunque en mi estado apenas pude dar un paso.
Es solo una maldita pesadilla, por la ingestión de alcohol, deliberaba en mi estado de aturdimiento, con lo que estaba sucediendo. Sin lugar a dudas la intoxicación etílica, mostraba preocupantes signos, jamás descrito anteriormente.
La estatua por su parte continuaba con el proceso, y fracciones del rostro, comenzaron a adquirir la apariencia de la piel, curtida, ennegrecida por los trabajos en contramina. Con tremendo esfuerzo, concentré mis cinco sentidos, los cuales, debido al alcohol, mostraban incertidumbres y no estaban ni siquiera a un treinta por ciento de capacidad reflexiva.
Una vez consumado el proceso, dejó sobre el pedestal la manguera que sostenía la mano derecha y el martillo compresor, dirigiendo la mirada hacia mi persona. Atenazado por el horror, estupefacto y pasmado, me quedé prácticamente sin mover los párpados, observando como aquella estatua de bronce, que había adquirido presencia humana, saltaba la reja que conformaba parte de la plataforma y dirigía sus pasos hacia la zona oeste.
A duras penas, pude seguir sus pasos, que se encaminaban, hacia la ermita del pueblo. Mantenía cierto margen de distancia, para que no pudiera descubrir que la seguía, entretanto, mi cabeza daba vueltas y mi hígado funcionaba a destajo para desintoxicar mi organismo.
Llegado a la puerta de la ermita, penetró dentro de la misma, y encaminó sus pasos hacia un costado, donde aguardaba la imagen de Santa Bárbara. Arrodillado ante la misma escultura, comenzó a rogar y suplicar. La tenue luz de luna en su fase llena, penetraba hasta el interior y podía distinguir su figura, orar e implorar. Comprendí, haciendo un tremendo esfuerzo, por los problemas que pasa la mina, cuyo cierre es inminente. Pasado un cierto tiempo, encaminó de nuevo los pasos, hacia la puerta y marchó en dirección hacia la plataforma, donde subió y recobró de nuevo la apariencia de bronce que porta.
Antes de que irrumpiera el alba, encaminé mis pasos hasta casa, sin comentar nada con nadie de lo acaecido. Sin duda, no pude conciliar el sueño, y solo pensaba en lo sucedido esa madrugada. Por la tarde regresé al lugar, algunos compañeros extrañados, me preguntaron.
...-¡ Matías, no has visto ya la estatua mil veces, para que la contemples ahora con tanto anhelo !
...- Pues es verdad, creo que es un trabajo maravilloso, realizado, y quisiera saber que escultor la ejecutó, para felicitarlo.
...-Anda, vamos a tomar unas cañas y déjate de monsergas, que lo tuyo es poner ladrillos y lucir fachadas.
Tras la charla con los amigos, me fijé en todo lo acontecido en la madrugada y me pusieron los vellos de punta, al descubrir como huellas de las botas se habían quedado grabadas en las rocas de la base.
Estos acontecimientos surgidos en una noche de “borrachera” quedaron archivados para siempre y nadie sabe lo que ocurrió, tan solo queda el escalofrío, repeluzno y estremecimiento, cuando paso de madrugada, ante la figura, de un minero que representa a todo un pueblo.
EL MINERO
Un relato de...Marcos Tenorio Márquez
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