miércoles, 27 de octubre de 2021

La urraca "Curra"

 

La Urraca “Curra”


...A los pies de un pirúetano, en una hermosa mañana de mayo, hallamos una joven urraca, que había caído del nido. Mi padre, de carácter solidario, quiso llevarla a casa y criarla, pues el nido había sido arrasado por alguna alimaña.


En la inmensidad del campo, sola y abatida, mostraba signos de cansancio, agotamiento y extenuación. Mi padre, la recogió del suelo y la guardó sobre su pecho. En casa, ya de vuelta, nos apresuramos a dar de comer, pues mostraba signos de apetencia.


Recién probado los primeros bocados, comenzó a agradecer a sus salvadores, con gráciles movimientos de su extensa cola.

Gustaba, las primeras brevas tempranas, del huerto de Ramón, los plátanos pasados, azucarados, las primeras sandías del año, las tortas de manteca de García, y cualquier alimento que podría llevarse hasta el pico.


Su bello plumaje, conformado de elegantes plumas, de tonos irisados, en las cuales destacan el verde metálico, azul intenso, junto con el blanco y negro, atrae poderosamente la atención, no en vano, esta especie de corvido, usa su bello plumaje, para atraer a grandes carroñeros, hasta algún animal, que hubiera fallecido, por muerte natural o disparo de arma de fuego. Así de esta forma, los grandes buitres que sobrevuelan nuestros campos, reciben la señal, de estos indicadores naturales, para acceder hasta la carne.


Pasadas semanas y meses, la urraca se convertía en la mascota de la calle y los vecinos la bautizaron con el sobrenombre de “Curra”.


Al cumplir ya cierta edad, la llevamos al huerto, allí se quedaba en la choza, entrando y saliendo por una cavidad de la ventana. Pasaba cierto tiempo entre el albaricoquero, higuera y algarrobo. Comía junto a las gallinas y gallos, aunque estos no admitía su compañía. Astuta e inteligente, nos pedía la fruta que guardábamos, para comer en la merienda. Cuando conseguía el fruto deseado, se marchaba hasta un lugar apartado del albaricoquero y allí engullía el rico manjar, apartada de miradas ajenas.


Una mañana de junio, comenzamos a sacar las patatas. Mi padre precavido, se quitaba el reloj, pues ya le pasó un caso el verano anterior, que yo comenté en uno de mis relatos. La dura jornada con los tubérculos, terminó casi a las dos de la tarde, con cuatrocientos quilos de patatas. Tras un trago de agua fresca, mi padre fue a recoger el reloj y había desaparecido, extrañado preguntó.


...-¿ Hijo, has cogido el reloj ?.


...-No, papá, lo dejaste sobre la ventana.


Respondí.


...-Pues aquí, no está...¿ Que habrá pasado ?.


Días mas tarde, mi hermana pequeña, dejaba una pulsera y también desaparecía, de manera misteriosa. Así pasaba los días, con la urraca, mostrando sociabilidad, en cada una de sus acciones y jamás abandonaba el albaricoquero, tras dar unos cortos vuelos, mostrándose bulliciosa, cuando requería nuestra presencia.


Llegado el verano, comenzamos la recogida de albaricoques, de una exquisita variedad, llamada “damasco”. Los frutos, ya maduros, extendían su excelente aroma y fragancia, por todo el corral, más aún, cuando lo partías, por la mitad, para saborear la exquisita pulpa de color anaranjado. El sabor dulce, carnoso de la pulpa, se deshacía en la boca, quedando solo el duro hueso.


Quedando tan solo las ramas altas, cargadas de frutos, solo había una manera de recogerlas y no era otra que encaramarse por su tronco, para acceder hasta los tortuosos brazos, donde estaban los brindillos cargados, en racimos.


Cual fue mi sorpresa, cuando encaramado en el árbol, divisé sobre el habitáculo, formado en el tronco podrido, el reloj de mi padre, la pulsera de mi hermana, así como anillos y otros objetos brillantes, rescatados sabe dios de donde.


Sin lugar a dudas, la urraca “curra” era la causante de las desapariciones. En un primer momento mi padre no daba crédito a lo sucedido, pero tras la reacción, comprendió, que esta especie, le gusta almacenar, todo objeto brillante en lugares resguardados. Con una pequeña reprimenda, fue zanjado, el caso, ante las carcajadas de mi familia. Pocos días después, ya con el caluroso verano recién iniciado, me encontraba en la choza, haciendo limpieza, cuando escucho un disparo, de escopeta de aire comprimido. El disparo, sonó seco, impactando el balín, en algún cuerpo. Un presagio, de fatalidad, sacudió de pronto mi cuerpo y salí hasta el corral, para presenciar como la urraca, se debatía entre la vida y la muerte. Entre mis manos, el liquido rojo de la sangre, se deslizó entre mis dedos y aquella dicharachera criatura falleció. Con furia y arrebato, corrí tras el vil y cobarde asesino, que se esfumó, entre la maleza de eucaliptos.


Apenado, volví al lugar de los hechos, recogí su menudo cuerpo y lo enterré bajo la sombra del albaricoquero. Tuvo sospechas, quién pudo ser el bellaco, despreciable, asesino, pero callé, porque no tenía pruebas. Largos años después, el mismo asesino se confesó, sin lugar a dudas, fue quién yo pensé, desde el primer momento. En su triste defensa alegó, que había confundido la urraca, con una negra grajilla. Ver para creer.


...-¡ Cuando has visto tú, una grajilla, con las plumas negras y blancas !.


Exclamé.


La urraca “Curra”


Un relato original de Marcos Tenorio Márquez


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