Una
perdiz macho llamada “Perico”
...A
comienzos del mes de junio de 1974, nos reunimos mis amigos y yo,
para ir en busca de pequeñas crías de perdiz, para criarlas, ya que
la tradición de criar perdices en cautividad gozaba en aquellos años
de muchos adeptos. Partimos como casi siempre, de los grandes
eucaliptos que circundaban el campo de fútbol. Allí, reunidos
decidimos ir a un lugar conocido como los “llanos del Belicano”.
Una extensa llanura donde se fusiona el pasto, con brezos, jaguarzos
y jaras, lugar idóneo para que las perdices criaran a su prole, con
abundancia de insectos y algo de cereal.
Las
altas temperaturas del mes de junio, ya se dejaban sentir, con la
cercanía del incipiente verano. Cruzamos la Huerta Grande,
circundando el chalets de Don Juan Davis, abandonando de esta forma
el asfalto, para adentrarnos en un carril de tierra, que bordea los
grandes chalets de los jefes de la mina. Exuberantes zarzamoras
silvestres, abrazaban eucaliptos y alcornoques, con espinosas ramas,
cargadas de frutos, paraíso de mirlos y otras aves, que encuentran
refugio y comida en abundancia. Atravesamos un barranco, de aguas
ácidas procedentes de la mina, fusionadas con las aguas residuales
de chalets, que formaban pequeñas charcas, cuya acidez al entrar en
contactos con las aguas dulces, rebajaban los sulfatos, lo que hacía
posible que estas aguas pudieran ser ingeridas por mamíferos, aves y
reptiles. Es aquí en este lugar, donde logramos sorprender a una
bandada de perdices nuevas, que emprendieron rápidamente el vuelo,
en todas direcciones. Cada uno de nosotros marcamos el rumbo de una
perdiz y corrimos tras ella, con el impedimento de la abundante
vegetación de jaras, jaguarzos y aulagas, que imposibilitaban y
estorbaban la progresión, de mi compañero Manuel y mío. Tuvo más
suerte nuestro compañero Juan Rodríguez (d.e.p), que había seguido
una cría que se había adentrado en una zona de pastizal. La cría,
de buenas dimensiones, harta de agua, había descendido el vuelo,
hasta caer agotada, entre los abundantes pastos, ocultándose para
pasar desapercibida. Localizada por Juan, nuevamente emprendió otro
corto vuelo, aterrizando a escasos cincuenta metros, abatida y
extenuada, siendo atrapada por Juan, que como buen sabueso, supo
marcar bien el lugar. Momentos después, nos reunimos y pudimos
contemplar la belleza de ejemplar.
..-¡Que grande es, tiene toda la
pinta de ser macho!
Exclamé, felicitando a Juan, por la hazaña
conseguida.
En
los días siguientes, Juan, se dedicó en cuerpo y alma en alimentar
la pequeña perdiz, para ello acudía cada tarde a los grandes
eucaliptos, para cazar hormigas y saltamontes. Esta dieta de
insectos, junto a semillas y cereales, originaron que el bello
ejemplar creciera de modo esplendido, siendo la admiración de todos
los vecinos/as que se acercaban a contemplarlo. Con varios meses de
vida y con la llegada del otoño, la familia bautizaba al ejemplar
con el simpático nombre de “Perico” y este agradecido por
las continuas muestras de mimos, los obsequiaba con una buena
sinfonía de reclamos.
Llegado
el mes de Enero, un vecino del pueblo aficionado a la caza de perdiz
con reclamo, acudió hasta la casa de Juan, para que prestara la
perdiz para cazar. De forma amable, la familia cedió la perdiz,
aunque esta todavía no había tenido ningún tipo de experiencia.
Este avezado y experto cazador, era toda una institución en Tharsis,
y sabía de perdices como cualquier profesional entiende de su
profesión de forma versada y
técnica.
Al cabo de varias horas, este vecino devolvía la perdiz....había
quedado gratamente sorprendido.
..-¡Qué
pájaro, en todos mis años de cazador, con reclamo, jamás he visto
un ejemplar como este!
Exclamaba,
aún sorprendido, fascinado y admirado
..-¿Cuanto
queréis por él, estoy dispuesto a pagar lo que sea?.
Preguntaba,
ilusionado, por una respuesta afirmativa.
..-No
se vende Juan, perdone, fue capturado por mi hijo y le hace mucha
ilusión poseer, es un pájaro manso, pero valiente y noble, posee un
reclamo poderoso, vigoroso y enérgico, ideal para cualquier
cazador.
Replicaba,
Simón, (d.e.p) padre de Juan.
..-Exacto,
así es, amigo Simón, pero si decidís venderlo, contad conmigo
primero.
Contestaba Juan (d.e.p).
Días después, fuimos
invitados por Juan, para acompañarlo al campo. A bordo de su citröen
“Dyane 6” salimos para unas tierras llamadas “El
Campillo”. La tarde soleada presagiaba buena jornada. Dejamos
el coche sobre un descampado, antigua era, dónde la paja se
desligaba del grano y marchamos rumbo a una zona de llanos y monte
bajo(brezos, jaguarzos, tojos y jaras). Una vieja caseta de pastores
derruida, donde solo quedaba media pared, nos serviría para ocultar
nuestros cuerpos. A unos cincuenta metros de distancia, nuestra
perdiz dispuesta sobre un “tanganillo”, palabra que posee
muchas definiciones, pero que es conocida por nuestras tierras por
ser el lugar donde se coloca la jaula de perdiz, sobre cualquier tipo
de arbusto a media altura, para que nuestra perdiz tenga visión
suficiente para otear y cantar.
Mientras
tanto, bien en silencio, mirábamos a través de las troneras,
realizadas en la pared, una para Juan y otra para nosotros. Junto a
Juan, una vieja escopeta paralela marca “Lamber” descansaba
apoyada en la pared, el momento para ser utilizada. Sobre la cintura
de Juan, una canana de autentico cuero, lucía cartuchos, para ser
utilizados. Pronto, la perdiz, sobre su tanganillo, comenzó con una
sinfonía de reclamos, poderosos y vigorosos, que no pasaron
desapercibidos para los innumerables ejemplares de perdices macho,
que rivalizaban para hacerse con el territorio plagado de hembras.
Indescriptible, esa es la palabra que se podía utilizar para resumir
la belleza del lance que vivíamos desde la tronera. Varias perdices
macho de buen porte, rivalizaban para expulsar al intruso de su
territorio, mientras, nuestra perdiz no paraba de cantar. Mientras
esto ocurría, Juan, de manera sutil y delicada, lograba sacar una
pequeña parte de la escopeta por la tronera, realizando un disparo
seco, que impactó sobre el cuerpo de un gran macho, que caía
abatido. Hicimos amago de ir a recoger el ejemplar abatido, pero
Juan, nos detuvo, con un dedo sobre la boca, nos mandó callar,
pronto otras perdices acudirían de nuevo a la plaza, para expulsar a
sus congéneres. Así continuamos hasta la llegada casi del
crepúsculo, con cuatro ejemplares abatidos, que recogíamos de los
alrededores para enseñar a nuestra perdiz, que orgullosa por su
trabajo erguía la cabeza, presumiendo y alardeando por haber
derrotado y vencido a sus congéneres, en una ceremonia antiquísima
de una caza que cuenta con muchos adeptos en nuestra tierra.
Rumbo
para Tharsis, preguntábamos a Juan, porqué no había disparado
contra varios ejemplares que habían entrado en la plaza.
..-¡Esos
pájaros eran hembras y las hembras no se pueden abatir, solo los
ejemplares adultos y viejos, que incordian a los jóvenes, para que
se puedan emparejar, hay que abatirlos!
Exclamaba Juan, dando
ejemplo de ser un cazador, responsable. La noticia del extraordinario
ejemplar que poseía la familia Rodríguez Domínguez, traspasó las
fronteras de Tharsis, como la pólvora, e innumerables aficionados de
la provincia llegaban a casa de la familia, para ofrecer altos
emolumentos por la perdiz, siendo siempre la respuesta negativa.
Pasada
la época de celo, la perdiz retornaba a su jaulón, para disfrutar
de baños de tierra al sol y por las noches frías aún de
primavera, era sacada de su encierro, para comer junto a nosotros en
la mesa de camilla, todo tipo de comidas, mientras veíamos algunas
series en el televisor, porque la perdiz, era más que una simple ave
encerrada, era una mascota que todo el mundo apreciaba y estimaba.
Más de una larga década nos acompañó, para fallecer una fría
mañana de Enero. Llorada por todos, su cuerpo fue enterrado en el
cabezo del Madroñal, junto a un gran pino carrasco, donde el sol
cada mañana iluminaba su pequeña sepultura, de un magnifico
ejemplar de perdiz roja, llamada “Perico”.
Una
perdiz macho llamada “Perico”
Marcos
Tenorio Márquez
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