miércoles, 2 de septiembre de 2020

El reloj



 

 

El reloj


...Fabricado en Suiza, adquirido por mis antepasados, más allá de su valor, el reloj constituía toda una joya, que se guardaba con celo, en el cajón de la mesilla de noche. Mi padre me enseñaba aquella joya, y me contaba su historia.

 

..-Este reloj, perteneció a mi padre, que a su vez heredó también de su padre o sea tu tatarabuelo. Cuando mi padre falleció, aquella fatídica tarde, ahogado en el pozo, dejó sobre el brocal, su mascota y el reloj. Al poco tiempo, algunos vecinos descubrieron, sobre el brocal, el reloj y la mascota que usaba, y pensaron que algo había ocurrido, y tras lanzar unos ganchos al pozo, descubrieron el cuerpo sin vida de mi querido padre. El reloj y la mascota fueron entregados, a mi madre, y ella lo guardó en una cajita, junto a sus pertenencias, por eso este reloj, posee un valor incalculable que hay que cuidar con mimo.


La historia, mil veces contadas, me entretenía, distraía y agradaba, aunque sentía algo de pena por lo que ocurrió a mi querido abuelo. Aquella joya, que marcaba las horas con precisión y exactitud, me halagaba, y toda la familia cuidaba, de que estuviera siempre en perfectas condiciones de uso, por su valor sentimental, emotivo y afectivo.


Esa misma tarde, cuando la brisa fresca del sur, aplacaba las altas temperaturas, fui a buscar “gañafotes” como solemos llamar en Tharsis, a los saltamontes, para a la mañana siguiente ir a poner las trampas, afición muy arraigada en Tharsis, en aquellos años, transmitidas por generaciones, que gozaba con un gran número de aficionados.

Los eucaliptos centenarios que rodeaban el campo de fútbol, poseían una rica variedad de estos insectos, que emprendían un corto vuelo, al elevarse con su patas traseras, desplegando unas alas de bellos colores. Con una rama de eucalipto, los capturaba, sin llegar a matarlos, y los guardaba sobre una lata de conservas de tomate, con pasto de hierbas en su interior.


De madrugada, aún de noche y después de tomar café, mi padre me despertaba, para servirme un cola cao con unas magdalenas. Tras ponerse el reloj en la muñeca, comprobó que este se había parado, la aguja que marcaba los segundos, no se movía, y tampoco la que marcaba los minutos y obviamente las horas. Irritado, golpeó sobre el cristal, haber si había quedado bloqueado y nada. Acostumbrado toda la vida, a llevar reloj sobre su muñeca izquierda, no podía salir a ningún lugar, sin llevar este pequeño artefacto, que le indicara la hora, por lo que optó y después de pensarlo mucho, en llevar el reloj de su querido padre, que con tanto celo guardábamos.


Aún de noche, emprendimos camino, por el barrio de los “Hotelitos” que en aquellos tiempos solo eran cuadras, gallineros y algunas casas de color blanco, impregnadas de cal, que contrastaban con las rocas de cuadras y gallineros. El camino, serpenteaba, entre huertos, zahurdas y pinos piñoneros y carrascos. Los imponentes pinos del huerto de “Rambla” sobrecogían, más aún con la leyenda del cuervo, ocurrida en la guerra civil. La higuera del huerto de “Rojas”, emanaba un aroma de ricas brevas color negro azabache, y poco después de abandonar los huertos, llegamos hasta una zona de monte bajo, repleta de jaras aulagas, jaguarzos y tojos. Un sendero entre pinos y eucaliptos, nos conducía por fin hasta nuestro destino, la charca del “Pinillo”.

Tímidamente, la oscuridad retrocedía y las luces del alba, descubría un paisaje formado por pequeños arbustos, donde destacaban adelfas y perales silvestres. El canto de las ranas, delataba que la charca estaba cerca, y un aroma de humedad, salpicada de fragancias de jaguarzos, jaras, aulagas y brezos, penetraron por nuestras fosas nasales. Dejamos las trampas, lata de “gañafotes” y una talega con comida, junto a unos juncos y nos dispusimos a recoger pencas de jaras y jaguarzos, para tapar las entradas de la charca. Ya terminada nuestra faena y tapada la charca, mi padre se dispuso a mirar la hora y faltaba su preciado reloj, que sin duda se había desprendido del cierre cayendo al suelo.


Buscamos largo rato, sin poder encontrarlo, mientras en el rostro de mi padre, se adivinaba preocupación, inquietud y pesadumbre, por lo que significaba aquella joya para él. La ilusión de recoger las aves caídas en las trampas, desapareció, sólo su viejo y añorado reloj ocupaba sus pensamientos.


Cuando los rayos de sol, alcanzaron verticalidad y el calor comenzó a apretar, decidimos recoger las trampas y destapar la charca. Una docena de “catolovías”y algún mirlo completaban la “ensartá”. Antes de partir, volvimos de nuevo a buscar el viejo reloj, sin éxito. Sumido en una pequeña depresión, por la irreparable perdida, continuaron los días, por lo que decidí, salir a buscarlo, pues no podía por más tiempo ver a mi padre en un estado emocional, donde reinaba la apatía y desgana. A lomos de mi bicicleta “BH” crucé la Huerta Grande, chalets de los jefes y llegar hasta las “Fiñas” donde se divisaba el paraje en el que habíamos estado día atrás.


Aparqué la bicicleta junto a la charca, y me dispuse a buscar de manera minuciosa, por todos los lugares que habíamos recorrido. La suave brisa del sur, zarandeaba las adelfas y entre los pinos cercanos, se podía percibir el sonido, de sus afiladas hojas. A punto de arrojar la toalla, cuando los últimos rayos de sol, se perdían tras los cabezos colindantes, un objeto brillante, llamó mi atención, sobre un arbusto de aulaga. En esos momentos, sentí como mi corazón palpitaba y tras dar unos pasos, pude comprobar que se trataba del añorado y querido reloj, el cual estaba en una posición difícil de ver. Gracias a la acción del sol, en un momento en que la posición ilumina, lugares que permanecen ocultos, pude encontrar dicho objeto.


Pedaleé, con todas mis fuerzas, ansioso por llegar hasta el huerto, donde se encontraba mi padre y presentarle su añorado tesoro.

 

..-¡Papá, papaaaaa..mira, he encontrado el reloj!

 

Exclamé, con alegría.

 

 Mi padre se giró y pudo llevarse la mayor alegría del mundo, ante el, por fin, se encontraba su preciada joya. Con lágrima sobre sus ojos preguntó.

 

..-¿Donde estaba?

 

..- No te lo podrás creer,  gracias a los últimos rayos de sol esos que bajan desde posiciones horizontales, pude por fin ver donde se encontraba, gracias al destello emitido.


Nunca más, mi padre ni yo, hemos utilizado el reloj, que permanece guardado en la caja, junto a sus pertenencias. Cada vez que abro la caja y observo el reloj, recuerdo a mi querido padre y unas lágrimas descienden sobre mis mejillas.


El Reloj


Marcos Tenorio Márquez

 

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