Recuerdos de Tharsis...Juan "Correntón"
...Por mi blog, desfilan personas humildes, honestas, sinceras, personas que pasaron desapercibidas, en el ciclo de vida que les tocó vivir, desarrollando una labor, la cual quedó grabada en mi memoria. Estas pequeñas historias, que escribo, forman parte de la riqueza cultural del pueblo, pues como es sabido, el silvestrismo, ha formado parte de la vida de muchos vecinos aficionados, como manera de educar y estrenar a las aves, en el canto, para competir con las de otros compañeros.
Por todo ello, quiero dedicar un pequeño espacio en mi blog, a esta persona, de aspecto campechano, sencillo y natural, el cual dedicó muchos años de su vida, a capturar jilgueros, en jaulas trampas, para devolverlos poco después a su medio natural, quedando tan solo algunos ejemplares, para compromisos, pues eran muchos los aficionados que acudían al huerto, a solicitar aves, para que alegraran con su melodiosos cantos, los hogares.
Juan, junto con su mujer Dolores, habitaba un pequeño cuartel, de la calle Madroñal. Tenía como vecinos a Antonio “Vilches” y su mujer Piedad y por abajo a Angel “Burra” y señora. Juan, era conocido en Tharsis, junto a Manolillo Poleo y otros tantos, por su afición a cazar aves,(sobre todo jilgueros) con jaulas trampas. El jilguero común (carduelis carduelis) pertenece al orden de los fringílidos, donde también encontramos: pardillos, verderones, verdecillos, lúganos, pinzones etc. Su canto melodioso, con infinidad de timbres y gorjeos, hacen del jilguero junto a su precioso colorido, una de las aves más cotizadas por los aficionados.
En aquellos años, en los que Juan, cazaba, esta pequeña ave, era bastante común por todo el pueblo, reuniéndose en grandes bandadas, con la llegada del otoño, donde acudía hasta los cardos que en gran parte, estaban diseminados por toda la pedanía, siendo el vaciadero de mineral donde se encuentra el parque y el cabezo, cercano a la corta “Sierra Bullones” los lugares más apreciados, por la cantidad de cardos, esparcidos, de los cuales sustraía las semillas con su alargado pico, de ahí el nombre en latín (Carduelis carduelis)
Recuerdo, desde pequeño, la imagen de Juan, dirigirse al huerto, en las frías mañanas del incipiente invierno, con una lata de hojalata, en forma de cubo, donde llevaba la comida para la media docena de gatos, que aguardaban impaciente, desde la pared de rocas del huerto.
El huerto, situado a los pies del vaciadero de mineral, donde hoy se encuentra la residencia de ancianos “Montejara”, tenía un aspecto circular, con paredes de roca, traídas desde el cercano vaciadero, en su mayoría pizarras. Perfectamente encajadas, la pared podía tener una altura de un metro sesenta. Sobre un lateral del huerto, justo al lado de la puerta, en la parte izquierda, estaba situada la choza, con su techumbre de madera donde reposaban tejas árabes. La puerta de madera, reforzada de chapas de hojalatas, estaba pintada de negro, color natural del alquitrán, el cual evitaba que las polillas la taladrasen, así como la ventana. Nada más llegar y repartir la comida de los felinos, Juan se disponía a dar de comer a los jilgueros, limpiando la media docena de jaulas trampas que poseía, las cuales estaban perfectamente colgadas de la vigas, por largas alambres galvanizadas. Una base circular, de hojalata, a mitad del alambre, evitaba que gatos y roedores, llegaran hasta la jaula, para hacer daño a los jilgueros. Las jaulas construidas, en su mayoría, por el artesano carpintero, José Ruá, tenía forma rectangular, con dos habitáculos, uno para el inquilino, de aspecto mayor, donde se encontraba el comedero y bebedero y el otro el que hacía las veces de trampa, con una puerta en la parte de arriba, la cual se accionaba mediante una cucharilla, donde se depositaba alpiste.
Una vez preparadas las jaulas, Juan, las distribuía por toda la pared del huerto, colgadas sobre troncos y ramas secas de eucaliptos.
Tan solo faltaba que los jilgueros comenzaran con sus melodiosos cantos, para atraer a sus congéneres hasta la jaulas, donde quedaban atrapados. Una vez capturado, Juan, acudía hasta la jaula y con una delicadeza inusual, introducía su voluminosa mano, para coger al ave y soltarla, si era hembra o de aspecto “carbonero”, como le llamamos por aquí a jilgueros, que no poseen un plumaje y porte excelso. Por el mediodía, Juan volvía para casa, con una pequeña jaula, donde portaba los jilgueros de mejor porte, capturados. Los niños que jugábamos a fútbol en el llano de la era, acudíamos hasta su presencia, para pedirle un jilguero.
...-¿Juan, nos das un jilguero?
...-No puedo, hijos, estos que llevo aquí, son para compromisos, a ver si mañana capturo algunos y os doy.
Una de las mañanas de invierno, acudí con mi padre, hasta su huerto. Juan, como siempre observaba, las distintas jaulas. Tras una charla con mi padre, este pidió un jilguero, y Juan haciendo gala, de absoluta amabilidad, nos lo concedió. Mas tarde, ya en casa, lo encerramos precisamente en una jaula de trampa construida por José Ruá. Ya a los pocos días entonaba su precioso canto, y en tiempo de otoño, lo llevábamos hasta el huerto, para colgarlo en un olivo, capturando infinidad de congéneres, en todo aquellos años. Casi doce años nos acompañó, en aquella jaula de madera, alegrando las mañanas y atardeceres, hasta que falleció por muerte natural, una fría mañana del mes de enero.
Ya para terminar, este pequeño homenaje, que hago a Juan, quiero contar una pequeña anecdota, ocurrida a su mujer Dolores. De carácter alegre y divertido, tenía fama de bromista y guasona, y para demostrarlo, quiso engañar a un macaco, que había llegado en un circo. Los vecinos del pueblo arrojaban cacahuetes y caramelos, y este muy astuto les quitaba la cascara y envoltorio, y se los comía. Dolores para reír un poco, arrojo varias piedras, envueltas en envoltorios de caramelos. El simio, ajeno a la broma, accedió a abrir el envoltorio, descubriendo el engaño. Con gran enfado, comenzó a agitar fuertemente la jaula, señalando el lugar donde se alojaba Dolores, que huyó hasta su casa pues no esperaba dicha reacción.
En los últimos años, Juan, se quejaba de que los jilgueros habían descendido, en números y las capturas no eran las mismas que antaño. Achacaba el problema a la desaparición de eucaliptos y cardos, que sustentaban una importante colonia de estas aves. La guardia civil, a través de su servicio de protección de la naturaleza (seprona) había prohibido a Juan, el método de capturas. Poco a poco, una afición heredada, quizás de sus antepasados, desaparecería para siempre. Hace ya varias décadas que Juan y su mujer, nos dejaron, aunque el legado que nos dejó continuará vivo, en forma de escritura e ilustración, para recordar un tiempo en que a pesar de las dificultades, se vivía en plena armonía con la naturaleza.
Recuerdos de Tharsis...Juan "Correntón"
Marcos Tenorio Márquez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario