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lunes, 18 de noviembre de 2019

El viejo transistor.

El viejo transistor.

...Sobre la mesilla de noche, en la habitación de matrimonio, reposa el viejo transistor, que había acompañado a mi padre casi toda la vida. Comprado en un comercio de Huelva, el cual ya no existe, el pequeño transistor, se convirtió en el compañero más fiel de mi padre. Tras la dura jornada en la mina, el transistor y su mitaílla de aguardiente, era lo que más ilusión le hacía en la vida, pues no necesitaba nada más, para ser feliz, dichoso y satisfecho.

Mi madre discutía de forma amistosa, muchas veces, exclamando.
 
..-¡Hay que ver, este hombre, nada más que quiere radio!
 
Y era verdad, pues el televisor no le atraía. Solo veía en la caja tonta, las noticias del mediodía y noche, junto con los programas del magnifico Félix Rodríguez de la Fuente, y el concurso semanal, Un, Dos, Tres.

En los fríos inviernos, consentía en escuchar la radio, en la habitación contigua al comedor, que no tenía mesa camilla, antes que ver los programas de la “tele”, tapado con nagüillas, bajo el calor que desprendía el brasero de picón de jara. Al morir mi madre, intensificó cada vez más su adicción al viejo transistor, desgastado, raído y ajado por el paso de los años, el cual escuchaba a todas horas, sumido en una fuerte depresión por la muerte de su compañera.

Se conocieron bastante jóvenes, mi madre me contaba que al principio no le atraía, pues no aunaba belleza física exterior, toda la belleza residía en su interior, donde hacía gala de magnifico progenitor en las cuales residía un carácter amable, bondadoso, generoso y tierno, que mostraba en todas las acciones que desarrolló a lo largo de los años que nos acompañó.
Jamás faltó al respeto a mi madre, las raras veces que enfadaba, se encerraba en la habitación con el transistor, hasta que el enfado pasaba. De moral recta y disciplinada, nos inculcó a cada hijo mantener un carácter humilde, sin predominio y afán de protagonismo, odiaba a las personas prepotentes, que pregonan bajo la bandera de la hipocresía y los delirios de grandeza, de ciertos individuos, que se paseaban por el pueblo, con aires de intelectuales, sin haber leído un libro en sus vida.
Recuerdo todo esto, mientras permanezco, sentado en la cama, dónde hace unos meses falleció mi querido padre. Sin duda alguna, estará reunido con mi madre y toda la familia que tanto quería y amaba.


Suelo venir por el pueblo poco, desde que falleció mi padre, y no suelo visitar a familiares, pues he llegado a estancarme en la ciudad, y muestro cierta pereza a la hora de conducir y dirigirme hacia el pueblo que me vio nacer.
Es, en estos meses, de temprana primavera, cuando visito más el pueblo, para salir al campo donde crece la turma, como le llamamos por esta tierra, a un hongo con forma de tubérculo de exquisito paladar, al cual me enseño mi padre a buscarla, desde mi temprana infancia.

Antes de partir al campo, me paso por la casa de mis padres, para ventilarla, airearla y sí poder evitar que la humedad se adhiera a las paredes. Recorro, cada una de las habitaciones, abriendo sus amplios ventanales, que descansan sobre gruesos muros de pizarra y rocas de las cortas circundantes. En la habitación de mis padres, observo, el viejo transistor, y decido cogerlo para que me acompañe, y así no pensar en un molesto dolor leve en el pecho, que se manifiesta, cada cierto tiempo. Con canasto, pincho y transistor, emprendo el camino hasta un campo llamado la “Utrera”. Su famoso “jaguarzal”, es de sobra conocido en todo el pueblo, por la calidad de las turmas, pues al contrario que ocurre en otras zonas, estas turmas suelen ser compactas y no “ahijadas”. Su color blanco, marfil, también es característico y nos suele deleitar todos los años, con una importante cantidad, que hay que saber encontrar, pues suelen pasar inadvertidas para muchas personas.

Enciendo el transistor, al pasar por los llanos del rey, observando las últimas bandadas de avefrías, y chorlitos dorados, que ya pronto emprenderán vuelo para anidar en el norte de Europa.
Una casita, sobre el horizonte, entre dos cabezos, me indica que me acerco a la casa de las Peñitas, bandadas de cogujadas, alondras y calandrias, me alegran el camino, cuando decido comenzar la búsqueda, en un monte de jaras nuevas. Sobre el cercano majar, pastan tranquilas ovejas, vigiladas por enormes mastines, que emiten lastimeros ladridos, advirtiendo y aconsejando que me aleje del ganado.

Comienzo la búsqueda de turmas, sobre una zona invadida por jaras, jaguarzos y algunos tojos, es sobre estos arbustos, dónde suele desarrollar este hongo, cuyo aroma y fragancia, está plagado de toda la esencia de la madre tierra, donde ha crecido. Apago el transistor, para poder concentrarme, pues de esta forma, tengo mis cinco sentidos, condensado en una sola actividad. Transcurrida más de una hora, ya casi llevo encontradas más de un quilo, que relucen en el canasto de mimbre, aún con la tierra húmeda adherida. Me sumerjo a continuación, en un extenso campo, de jaras viejas, cuya altura supera con creces los dos metros y medio de altura. Antes de coronar la cumbre y salir de aquella jungla de jaras, observo que un dolor leve, comienza a amagar sobre el pecho, trato de salir deprisa, pero noto como las piernas comienzan a flaquear y me derrumbo, abatido, sobre el húmedo suelo.

En la inmensidad, del campo, oculto sobre un mar de jaras viejas, de retorcidos y tortuosos troncos, mi final es inevitable, al menos que alguien me socorriera, pues no puedo pedir auxilio, al no poder elevar mi voz, ni tampoco puedo elevarme para emitir un gesto, que localice mi posición, tan solo me queda, encender el viejo transistor, que tan feliz hizo a mi padre, y poner el volumen al máximo, de esta forma puede ser que alguien acuda.
 

..¡Papá, ahí se escucha un transistor!
 
Exclama, un niño, que acompaña a su padre, en la búsqueda de la preciada turma
 
..-Un transistor, no puede ser, no se observa nadie, además, quién puede estar ahí sobre esa zona de jaras viejas, donde el terreno es pedregoso..-
 
Responde el padre.
 
Sin que el padre advirtiera, la curiosidad del niño hace que se acerque hasta el lugar.
 
..-¡Papá, aquí hay un hombre tendido en el suelo!
 
Exclama, el niño, elevando el tono de voz.
 
..-¡Voy para allá!
 
Exclama el padre.
 
En la posición que me encuentro, de espaldas, no reconocen quien soy, es cuando logran dar la vuelta, cuando, logran reconocer mi rostro.
 
..-¡ Es Simón, el hijo de Antonio, que reside en Huelva...vamos hijo, ayúdame a levantar!
 
Exclama, el padre.

A duras penas, logran llegar hasta el vehículo, estacionado a unos trescientos metros, portando mi pesado cuerpo. Desde ahí partimos hasta el consultorio médico a toda prisa. Una vez en el consultorio, me envían hasta Huelva capital.
 
..¿Que ha pasado?.
 
Pregunta el facultativo.
 
..-Nos encontramos, buscando turmas, cuando mi hijo escuchó el sonido de un transistor, en un monte plagado de enormes jaras viejas, bastante espeso, sin que yo advirtiera nada, mi hijo se acercó hasta el lugar y encontró, sobre el suelo, a este hombre, nacido en el pueblo que reside actualmente en la ciudad.
 
..-Sin ninguna duda, el sonido emitido, por el transistor, salvó a este hombre, un poco más y hubiera fallecido.
 
Respondía, el facultativo médico.
 

Semanas después de los acontecimientos, visito a mis salvadores, agradeciendo su enorme entrega y valor por salvar mi vida.
 
..- Da gracias a mi hijo, y al sonido que brotaba desde el viejo transistor.
 
Respondía el padre.

El viejo transistor, que tanto tiempo había acompañado a mi querido padre, ha salvado mi vida. Desde el más allá, ambos progenitores se sienten felices, su querido hijo vivirá, aún no tendrá que visitar el reino de los muertos y ambos se sienten felices y Carmen esposa de Antonio, le dice casi susurrando, perdona cariño, por enfadarme algunas veces, por tu adicción al escuchar el transistor.

El viejo transistor, motivo de tantos enfados amistosos, reposa ahora en un privilegiado lugar, sobre el mueble bar que posee Simón, en su casa de la avenida Santa Marta.



El viejo transistor....Un relato original de Marcos Tenorio

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