Recuerdos de Tharsis....La zapatería de Melchor (D.E.P).
….La
zapatería de Melchor, ubicada en un complejo de cuarteles, en la
calle Luciano Escobar, ofrecía reparación de calzado y todo lo
relacionado con el cuero, de esta forma, Melchor, su dueño, aunaba
dos profesiones, marroquinero y zapatero.
Desde pequeño, cuando acompañaba a mi abuelo Juan, al huerto, sentía interés por esta profesión, pues mi abuelo poseía innumerables herramientas que usan los zapateros (leznas, martillos, cepillos, tenazas, hormas, etc..). El mismo, arreglaba con estas herramientas el calzado que usaba para las labores del huerto. Al cumplir los trece años, visitaba con regularidad la zapatería de Melchor.
En su coqueto, acogedor local, trabajaba un adolescente de dieciocho años, llamado, Francisco Martín Ceto, más conocido en el pueblo como Paco Ceto.
Desde una sillita de enea y una mesa repleta de herramientas, Paco, trabajaba de modo artesano, todo tipo de calzado, reparando con esmero los zapatos que habían quedado dañados, por el excesivo uso, o tras sufrir algún incidente debido al terreno escarpado, abrupto y escabroso del pueblo, que poseíamos, con rocas de afilado perfil, aunque la mayoría de calzado, de cuero, lo que sufría en mayor consideración era el desgaste de suelas, así como los tacones de calzado femenino.
El olor que desprendía el local a betún y pegamento, embriagaba, desmintiendo de esta forma el sentir popular que reconocía el olor a sudor del calzado, pues el calzado en su mayoría al ser fabricado en cuero, estaba desprovisto de olor corporal.
Fue una tarde, de incipiente primavera, cuando decidí trabajar. Al principio, tuve la inseguridad, de que Melchor, me rechazara. Algunos compañeros y amigos, habían estado de aprendices, algún tiempo, abandonando la profesión, por eso pensaba que el bueno de Melchor, no quisiera acoger más aprendices. Al contrario de lo que pensaba, me aceptó encantado, haciendo gala, de exquisita amabilidad, cordialidad y cortesía. Volví a casa contento, para anunciar la contratación a mis padres, y esa misma tarde, se encontraba en casa junto a mi madre, su amiga Antonia Limón (d.e.p), que al comunicarle la noticia, decidió realizarme un mandil con tela tejana, ya que Antonia, poseía autentica facultad, capacidad y habilidad, para la construcción de prendas, en su vieja maquina de coser alfa.
Comencé el aprendizaje, junto al maestro Paco, que aunque joven en edad, era todo un experto en la reparación del calzado.
Puse todo mi ímpetu, esfuerzo y empeño, en aprender, una profesión, que gozaba de buena popularidad en aquellos años, pues también tenía la posibilidad de confeccionar calzado y todo tipo de utensilios de cuero, como realizaba Melchor, de manera artesana, provista de calidad excepcional que gozaba de un reconocido prestigio, en toda la pedanía y pueblos limítrofes.
Aprendiendo, de dos excepcionales profesionales, Melchor y Paco, continué varios meses, sin perder un sólo día, hasta la llegada del verano. Y no sé porqué razón o motivo, abandoné el aprendizaje. Quizás la adolescencia, una etapa de la vida, donde resulta difícil tomar una decisión, indujera a que tomara la equivocada. Durante el transcurso de los meses, que permanecí, aprendiendo la profesión, surgieron muchas anécdotas. A continuación, relato, una de las muchas que surgieron.
Reparto de calzado.
El calzado, reparado por Melchor y Paco, ocupaba, de forma ordenada, decente, pulcra y limpia, las estanterías, ubicadas por las paredes de la zapatería, con el precio, en la base de la suela, realizado con tiza blanca. El brillo, resplandor y destello, que desprendía el calzado era digno de admirar, por todas las personas que visitaban de manera asidua la zapatería, para retirar el calzado reparado, pues el trabajo realizado, llevaban el sello de profesionalidad y el prestigio de ambos.
Algunas veces, cuando el calzado llevaba bastante tiempo en el local, por olvido de sus dueños, Melchor, mandaba al aprendiz, a llevarlos, de esa forma, ganaría alguna pequeña propina. Como todas las tardes, tenía mi bicicleta recién adquirida, en los reyes pasados, junto a la puerta de entrada, debajo de la gran ventana. La tarde, primaveral, ofrecía buena temperatura, que algunas señoras contratadas, aprovechaban para iniciar la campaña de blanqueo de casas y locales. En la puerta, Manolo el “curto”, charla con mi tío Pepe de la “Carrilla” que había venido a dejar unos zapatos, y le hace entrega de un cartón de tabaco rubio, por la buena amistad que poseen, Un joven trata de reparar, su motocicleta motoguzzi hispania dingo 49, que ha quedado parada, mientras un joven recién llegado de tierras catalanas, con el cabello largo, exhibe una camiseta de un grupo, creo que de rock, llamado “Pink Floyd”.
...-¿Marcos, conoces el chalet de Don Juan Davis ?
Pregunta Melchor.
...-¡No Melchor, no conozco dicho, chalets!
Exclamé.
...-Es muy fácil, es el primer chalets que encuentras a tu izquierda, bajando por la carretera que conduce por la Huerta Grande.
Asevera Melchor.
...-Ah, sí, ya sé que chalets es.
Respondí
...-Bien, pues en esta caja, llevas el calzado de Don Juan Davis, el precio está puesto en la base de una de las suelas.
Indicaba Melchor, de manera amable.
Sin tiempo que perder, a lomos de mi bicicleta “BH” salí rumbo para el chalets, y en breves momentos, ya estaba golpeando, sobre la robusta puerta de madera, sin obtener respuesta. Al dar la vuelta, para marchar, me llevé el susto más grande, de mi corta vida, al observar a pocos metros de mí, un perro de raza pastor alemán, mirarme con fauces de pocos amigos. Petrificado, como una momia egipcia, quedé, sin hacer un leve movimiento, que activara, estimulara e impulsara, el instinto salvaje del animal, a abalanzarse sobre mí. Con todo perdido, el crujido salvador de una puerta, se oyó, y un señor educado, chapurreando castellano, me preguntó.
...-¿Que desea?
Con un leve tartamudeo, debido a la sensación de terror vivida, respondí.
...-Aquí le traigo el calzado, reparado en la zapatería de Melchor.
...-¡Es verdad, mis zapatos, hace algún tiempo los dejé para reparar....están muy bien acabados, parecen nuevos!
Exclamó, con una sonrisa, mientras el gran perro, entraba en las entrañas del inmenso chalets.
...-Ahí debajo, en la suela, está el precio impreso...cincuenta pesetas.
Aseveré, mirando de reojo, por si el perro reaparecía.
...-Espera un segundo, ahora vuelvo.
Respondió.
Tras un breve intervalo de pocos segundos, aquel hombre estaba de vuelta, portando sobre su mano derecha un billete de veinte duros, con la imagen de Falla sobre el papel.
...-Toma estos veinte duros, cincuenta, por el buen trabajo realizado y estos cincuenta para tí de propina.
Aseveró.
...-Muchas gracias
Respondí, pensando a continuación.
...-Ah, ufff, vaya buen gesto ha tenido, pero el susto del perro, no me lo quita nadie.
Recogí el billete de veinte duros y busqué alguna tienda para cambiarlo. Regresé a la zapatería, y entregué a Melchor, sus cincuenta pesetas. Con las cincuenta pesetas de la propina, invité a mis amigos a partidas de futbolin, y compré algunos ejemplares del capitán Trueno y el Jabato.
Embriagado por el olor a betún
y pegamento, maravillado por
las herramientas empleadas, en
la reparación de calzado, así quedé
una tarde cualquiera de incipiente
primavera.
Coqueta zapatería, de gruesos muros
vigas de maderas nobles, tejas árabes
donde anidaba multitud de gorriones
pequeñas sillas de enea, mesita impregnada
de esencias, repletas de herramientas,
perdices que picoteaban trigo, en sus
jaulas de maderas.
Destilaba Melchor, fino humor inglés
disfrazado de hombre serio
mientras trabajaba el cuero,con toques
de maestro. Por el contrario Ceto, derrochaba
simpatía, encanto y gracia en cada acción
ejecutada. Su pasión, comprar equipaciones
futboleras, para defender la portería con
maestría de su amado club atlético Tharsis.
Perpetuada en el tiempo, quedará esta
ilustración, realizada con sentimiento
de aquellos tiempos, gloriosos, milenarios
al que todos que peinamos canas, conocimos
y por la cual sentimos arraigo que
profesamos en cada pensamiento que surge
al observarla.
Lágrimas descienden, por nuestras mejillas
al recordar a nuestros seres queridos,
aquellos hombre y mujeres que forjaron
con sufrimientos, la historia de nuestro
pueblo.
Recuerdos de Tharsis....La zapatería de Melchor (d.e.p)
Un relato de Marcos Tenorio Márquez.
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