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miércoles, 30 de junio de 2021

El retrato


 

El retrato.


...Manuel y Dolores, formaban un matrimonio ejemplar. Habían pasado juntos, la guerra civil y la posterior hambruna de los años cuarenta. Sus dos hijos, Domingo y Dolores, nacieron ya rebasada la mitad de los años cincuenta y fueron alimentados, gracias al esfuerzo y sacrificio de ambos. Para tal cometido, deber y obligación, Manuel y su esposa, ofrecieron a sus hijos, todas las exigencias y requisitos, que necesitaban en aquellos difíciles años y nunca en su hogar faltó comida , ropa de abrigo y material para el estudio en la llamada “Escuela Grande”. En aquellos duros años, poco a poco la economía y estabilidad del país comenzaba a recuperarse, y en Minas de Tharsis, núcleo minero, comenzaba a llegar, personas de otras localidades cercanas y algunas lejanas, para asentarse y formar familias. Aunque el jornal ganado en las duras jornadas en la mina era miserable, parco y exiguo, a Manuel, su agradable sonrisa, nunca se le borró de su rostro, ni aún en los peores momentos, delicados y quebradizos, por los que transita una convivencia matrimonial.


Manuel, hacía gala de una simpatía natural, que brotaba de su alma, y contagiaba a las personas que permanecían a su alrededor, con chistes, bromas y chascarrillos, de los cuales el mismo se reía. Otras veces imitaba a artistas del mundo de la canción, versioneando canciones, muy bien ejecutadas, añadiendo, el punto necesario, con desparpajo, gracejo y salero, pincelados de aromas sureños andaluces, que a su mujer le apasionaba.


Manuel, conoció a Dolores, con la temprana edad de dieciocho años y para sellar su amistad, se retrataron juntos, en una bella fotografía, que remarcaba, la juventud, raíces y orígenes sureños, de ambos. Guardada en una cartera de piel de becerro, la fotografía, realizada por el fotógrafo local, representaba para él más que un amuleto y jamás faltó nunca de su cartera.


Con la llegada de la década de los años setenta, muchos jóvenes en edad de trabajar, contemplaban y observaban, que la mina, ya no contrataba a personas para desarrollar trabajos, por lo que sus queridos hijos, decidieron emigrar hacia otras zonas del país y extranjero.

Con pena, tristeza y dolor, tuvo que despedirse Domingo, de sus queridos compañeros del grupo de música, formados por jóvenes del pueblo, del cuál formaba parte. Dotados todos ellos, de una calidad excepcional, sublime, excelsa, para haber triunfado en el mundo de la música, circunstancias de la vida, donde el azar y suerte juega un importante papel, para conquistar a algún productor, que los hubiera encumbrado, produciéndoles un disco, por la calidad que exhibían, en cada actuación. Poco años después de emigrar Domingo, sería su hermana pequeña quién seguiría sus pasos, marchando hacia la zona norte del país, donde conoció al amor de su vida, formando una familia.


La ausencia de sus queridos hijos, unió más al matrimonio, que pasaba largas horas en el huerto que poseía Dolores, a los pies del cabezo de “Madroñal”. Rodeados de una vegetación exuberante, destacaban tres grande pinos piñoneros, aromos, que llegado los albores de la primavera, desplegaban sus bellos racimos de flores amarillas, que esparcían delicados efluvios, perfumando todo el huerto. Zarzamoras, higueras almendros e higueras chumbas, completaban toda la vegetación existente. Un pozo de excelente agua cristalina, abastecía al matrimonio, para la faena del lavado de ropa, en un lavadero cercano al pozo. Una vez lavada la ropa, esta era secada, en los diferentes tendederos ubicados por el huerto. El jabón que utilizaban para lavar la ropa, estaba confeccionado de manera artesanal, con tocino de cerdo y caústica, cuyo poder de pulcritud e higiene, estaba garantizado. Ya de regreso, en tiempo de invierno, la fragancias de la ropa recién lavada, se dispersaba por el camino, y en las paradas, aprovechaban, para recoger brezos secos, para encender el brasero.


Con la llegada del verano, la plena felicidad, volvía al hogar, con el regreso de los hijos. Estíos de calor intenso, agobiantes, que se mitigaban a base de gazpachos, con las verduras recolectadas en el huerto, rojas sandías y sardinas, compradas a Acevedo. Por las noches, bajo la luz de las estrellas, la familia se sentaba al fresco, en sillas de enea y bancos de madera, acompañados de vecinos, donde no faltaba el típico tomate corazón de toro, rajado con sal, acompañado de frías cervezas.


Los días previos a la despedida, entristecían al matrimonio, que volvían a restar días al almanaque, para el próximo año. La vuelta a la monotonía comenzaba, y sólo las cartas que llegaban hasta el hogar, las rompía. En las cartas, recibidas durante el año, los hijos anunciaban como es normal, la rutina de la vida diaria, con algunas sorpresas, a la cual Dolores, que esperaba la llegada del correo diario, daba gran importancia, como por ejemplo que su hijo había conocido a una joven. Estas noticias, alegraban e entristecían por igual a Dolores, la cual esbozaba una sonrisa y al poco tiempo de sus ojillos, brotaban lágrimas, que caían sobre el papel, difuminando la tinta.


Con la llegada del invierno y la bajada de temperaturas, a Dolores, se le intensificaba una bronquitis adquirida, hacía años, que se había vuelto crónica. Poleo y miel, eran los remedios naturales, que el matrimonio empleaba, para hacer frente a la enfermedad, con muy buenos resultados. Otro acontecimiento que colmaba de satisfacción al matrimonio, en la estación invernal era el sacrificio de cerdos, donde la familia de ambos participaba en la posterior chacina, con un ambiente excepcional. Con el paso de los años, los hijos contrajeron matrimonio, haciendo felices a los padres, con la llegada posterior de nietos. En unas navidades, recién estrenada la década de los años ochenta, los hijos invitaron a los padres que los acompañaran, en esas fiestas tan familiares, hogareñas y domesticas. Manuel, se negó de manera rotunda, no por acompañar a sus queridos hijos, sino por el desplazamiento que debía realizar, pues no soportaba los viajes y el más largo que había realizado era hasta la capital Huelva, y por motivos forzosos. Por el contrario, Dolores, se sintió muy ilusionada de viajar hasta la zona norte del país, conocer a sus nietos y pasar juntos las navidades. Esta noticia entristeció y alegró a Manuel, pues ante todo sentía la necesidad de conocer a sus nietos y no esperar hasta el próximo verano, aunque Dolores, representaría al matrimonio, en las frías tierras del norte, esto calmaría el supuesto enfado de sus hijos, ante la negación de no acudir su padre.


Antes de partir, Manuel, recomendó a su esposa, cuidado especial con las bajas temperaturas, con el cambio brusco que se produce, de unas latitudes a otras. Tras mas de cuarenta años juntos, el matrimonio se separaría tan solo por unas semanas y esta espera, Manuel, la soportaba acudiendo a casa de su prima Manuela, allí se entretenía jugando a los naipes u otros juegos. Luego, abandonaba la casa de su prima, para cenar y restar un día, para la llegada de su querida esposa. Por las mañanas, emprendía camino hasta el huerto, para sachar las verduras que tenía sembradas y retirar malas hierbas. Media docena de gatos, maullaban esperando su ración diaria, Manuel, los contentaba con restos del almuerzo y cena pasada.


Al cumplir una semana de estancia en la zona norte del país, Manuel, recibió una llamada de teléfono, en casa de una vecina, la cual produjo un sobresalto, inquietud y nerviosismo, pues no esperaba dicha llamada, ya que las comunicaciones con su esposa e hijos, se realizaban a través de cartas escritas.


Tras el auricular, su hija Dolores, con un llanto amargo, que contagió a su padre, daba la noticia que Manuel, no había querido oír en su vida. Su querida esposa y madre de sus dos hijos, había fallecido. Su delicado estado de salud, había empeorado, pese a todo el esfuerzo de sus hijos por salvar su vida, nada pudieron hacer, pese a estar ingresada en una moderno hospital. Esta noticia, impactó tanto en Manuel, que su estado anímico y emocional, produjo consecuencias derivadas de la noticia y una fuerte depresión, se apoderó de su alma, necesitando que fuera administrados calmantes y sedantes.


Muchos años de convivencia juntos, en momentos duros y amargos, superado por ambos a base de constancia y sufrimiento, fueron desfilando por el cerebro de Manuel, el cual esbozaba una sonrisa y a la vez derramaba unas lágrimas, al recordar cada instante, pues su mujer estaba presente en cada gesto, mueca o ademán, que realizaba.


Con la ausencia de su querida esposa, la alegría natural, que impregnaba el cuerpo de Manuel, había desaparecido, y ahora aquel hombre risueño, animado y bromista, había cambiado en todo lo contrario, convirtiendo su vida en triste, aburrida y apagada.


Sumido en una fuerte crisis de ansiedad, pasaba los días, inmerso en melancolía, añoranzas y nostalgias continuaron los años. Ya no le ilusionaba, sembrar el huerto, poner trampas para capturar aves, hacer picón de jara. Todo había cambiado y aunque sus hijos trataron de llevarlo con ellos, sus respuestas siempre fueron negativa.


Al cumplir ya tres años, de la muerte de su querida esposa, Manuel, comenzó lentamente a salir del profundo pozo depresivo que se encontraba e intensificó los paseos por los alrededores del pueblo y la búsqueda de turmas, una trufa blanca de excelente sabor y aroma, muy codiciada, anhelada y ansiada por los habitantes del pueblo. Una de las tardes, de mediados de marzo, con la primavera en la puerta, emprendió camino Manuel, como tantas veces, hacia los campos, para buscar el preciado hongo. Pasadas las horas y con la llegada del crepúsculo, Manuel no había aparecido por casa de su prima Manuela, como cada noche, por lo que Manuela decidió acercarse hasta su hogar, encontrando la casa cerrada.



..-¡Que raro que mi primo Manuel, no haya regresado aún, debe haber ido a buscar turmas!.


Exclamó, Manuela


Pasadas una horas, ya con noche completamente cerrada, Manuela, volvió de nuevo hasta el hogar, golpeando en la puerta, sin obtener respuesta alguna.


A la mañana siguiente, la puerta continuaba cerrada y tras llamar no hubo respuestas, por lo que decidieron junto a familiares y vecinos, emprender una búsqueda por los campos que el frecuentaba. Manuel, hijo de Manuela, fue el que realizó el fatídico hallazgo, de su tío, sobre un cabezo, rodeado de jaras y jaguarzos. Al lado del cadáver, un canasto de mimbre, con varios quilos de turmas y el pincho, bien puesto, indicaba y señalaba, que Manuel, se sintió indispuesto, y tras dejar el canasto con el pincho, cayó de manera fulminante, debido a un fuerte colapso, que le produjo el fallecimiento.


Al conocer el fallecimiento, de su padre, los hijos emprendieron viaje hasta Minas de Tharsis, para dar cristiana sepultura al cuerpo de su progenitor.

Rebuscando entre los objetos que había dejado el fallecido, encontraron la cartera de piel de becerro, que había acompañado a Manuel, toda la vida, en la cual se encontraba el retrato que se hicieron juntos de jóvenes, donde sellaron su amor eterno.


..-Mira hermana, esta fotografía de jóvenes, de nuestros padres, que siempre papá llevaba en la cartera.


Aseveró, Domingo.


..-Vaya, que jóvenes y que guapos, vamos a quedar como recuerdo.


Contestó, Dolores.


Esa noche, después del entierro, los hermanos decidieron quedarse, en la casa que había pertenecido a sus padres, y a ellos en su infancia y adolescencia, para al día siguiente emprender viaje. El retrato de sus padres, permanecía en la mesilla noche, junto a la lampara. A medianoche, un leve ruido alertó a Domingo, que no podía conciliar el sueño, y al abrir el interruptor, comprobó que el marco estaba caído.


..-Que raro, este marco es bastante sólido, no sé como ha podido caer.


Aseveró, en silencio, volviendo nuevamente a poner el marco en posición, sin querer avisar a su hermana que dormía de manera plácida y profunda.


Ya de madrugada, con las primeras luces del alba, Domingo despertó, comprobando de nuevo, que el marco estaba caído y un leve escalofrío, recorrió su cuerpo, erizando los vellos. Poco después despertaba, Dolores, cuyo sueño profundo no había advertido, la caída del marco.


..-¡Hermana, esta noche ha ocurrido un hecho inexplicable, el retrato de nuestros padres, que pusimos en el marco, ha caído dos veces durante la noche!.


Exclamó Domingo, aún con escalofríos.


..-Alguna ráfaga de viento, o que hayamos tocado la mesilla de noche, con la cama, al volvernos, eso ha ocurrido.


Contestó, Dolores, restando importancia al hecho.


..-Bien, pues vamos a comprobar, ahora no estamos en la cama ninguno y la ventana está cerrada, vayamos a desayunar y cuando volvamos, verifiquemos el marco con la fotografía.


Aseveró, Domingo.


Pasados un tiempo, después del desayuno, ambos volvieron a la habitación y Dolores emitió, un grito de terror, que retumbó en la pequeña habitación, erizando sus cabellos y vellos. El retrato de sus padres, estaba caído, con el pequeño marco que los alojaba.


..-Esta es una señal hermano, que nos quiere decir algo, creo sinceramente, que debemos devolver la cartera y la fotografía, al féretro de nuestros padres, que la reclaman, así podrán descansar en paz.


Aseveró, Dolores, aún bajo los síntomas de una fuerte impresión.


..-Pues eso haremos, hablaremos con el enterrador, que nos haga ese favor, pues aún no ha transcurrido mucho tiempo, desde su entierro.


Poco tiempo después, la cartera y la fotografía, volvía de nuevo, a ocupar el lugar donde había permanecido siempre, y desde el más allá, el matrimonio esbozó una sonrisa


 



El retrato...un relato original de Marcos Tenorio Márquez.


Dedicado a la querida memoria de Manuel Romero y Dolores “Rambla”...(D.E.P)


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