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miércoles, 21 de octubre de 2020

EL VIOLIN....Dedicado a la memoria de Francisco Durán (d.e.p)


 

EL VIOLIN...Dedicado a la memoria de Francisco Durán (d.e.p)


...Paseo por las últimas, calles del pueblo, donde viejos cuarteles resisten el paso inexorable del tiempo, apoyados sobre gruesos muros, de pizarra y carbasa. Agrietados y derruidos, esperan, paran ser demolidos, por el frío acero de una pala cargadora. La cal, que en tiempos de esplendor del barrio, impregnaba las paredes, prácticamente ha desaparecido, y los cuarteles que aún conservan, el nacarado color, asociado a la pulcritud, limpieza y cuidado, se desvanecen, ante los continuos estremecimientos provocado por los barrenos.


En el vaciadero, modernas motosierras, de afilados dientes, cortan los grandes eucaliptos, que flanqueaban el barrio, lugar de reuniones de mineros, para jugar a la lotería, los bolindros o simplemente descansar a las sombras de sus generosas ramas. Aún conservo en mi cartera, la fotografía de los niños, que observan el barrio de Santa Barbara, La Posada, calles circundantes, cine Emilita y ya al fondo el casino.


Abandono esta zona, llamada peligrosa, para sumergirme, en las primeras casas del famoso barrio “Santa Barbara” donde la mala hierba, invade las zonas bajas, de cuarteles que han quedado abandonados, tras el éxodo sufrido en la década de los sesenta y setenta. Aquellas fachadas que impregnaban el aire, de aromas de cemento y pintura, exudan ahora, podredumbre, moho y suciedad. Las puertas y ventanas, sostenidas por oxidadas bisagras, sobre apolillados tabiques, pierden poco a poco, el característico color verde, volviéndose opacas, al predominar el color gris de las viejas maderas. Estas imágenes me devuelve a aquella España profunda, anclada en el tiempo y nuestra memoria, tiempos de miseria, penurias y escasez.


Desde los grandes postigos, nuestras madres, abuelas y tías, fisgoneaban al forastero que pasaba. Recuerdo esto, al pasar desde niño, para ir a jugar a los futbolines de Julián Castell. Antes de llegar a mi destino, en la vieja posada, escucho desde uno de los cuarteles, el sonido inconfundible de un violín. Acerco el oído al postigo, percibiendo las bellas notas que salen de sus cuerdas, al ser rozadas, con el arco de crin de caballo. Un momento de espera para no interrumpir y golpeo la vieja puerta, cuando ya la melodía ha terminado. Desde su interior escucho una amable voz que me invita a pasar.


..-¡Pase!


Exclama.


..-Perdone que le interrumpa, he escuchado el sonido del violín y cómo me gusta tanto la música.



..-Ah, suelo tocar a menudo este viejo violín.


Contesta, con una sonrisa sobre sus labios.


..-Suena muy bien,pero perdona que me presente, soy familia de los Zamoranos, que emigraron para Barcelona a principios de los años sesenta, concretamente yo tenía doce años, cuando nos fuimos.


..-Ah, ya recuerdo a tus padres, erais familia numerosa y creo recordar que tu padre trabajaba ahí en las cuadras...¿No es verdad?.

Responde con una pregunta final.


..-Así es, yo soy el pequeño Rafael.


Amablemente me pidió que me sentara sobre una sillita de enea, mientras en una cafetera, vertía agua y café, para calentarlo en la chimenea, que permanecía con ceniza acumulada y restos de maderas que no habían sido quemadas. Comencé a recordar los años de infancia, cuando acompañaba a mi padre hasta las cuadras y cogíamos ejemplares de estorninos, grajillas y gorriones, y el cuartel me recordó al de mi abuela, encendiendo el carbón para hacer aquellos deliciosos pucheros, que tanto me gustaban.

El cuartel donde me encontraba, había sido transformado, y ahora era una carpintería, con una gran mesa con su torno para sujetar la madera, y encima de ella, todo tipo de herramientas, para trabajar y dar forma a la madera.

Mi curiosidad pronto halló respuesta.


..-¿Es usted carpintero?.


..-Sí, hijo, soy carpintero, aunque ya llevo, unos cuantos años jubilado, he trabajado en la carpintería, destinada al mantenimiento de cuarteles y casas nuevas...ves, todas esas puertas y ventanas, fueron construidas por mis compañeros y yo, en todos estos años.


Responde con sinceridad y honestidad.


Una pausa, donde sirve un extraordinario café, con excelente aroma.


..-Vaya café, que aroma, fragancia y olor.


..-Desde toda la vida soy asiduo al café del barco, sin duda, creo que es el mejor café que tenemos, aunque lo traigamos de Portugal.


Responde.


Nos adentramos sin querer, en momento íntimos donde la nostalgia y melancolía se apoderó de su alma, y unas lágrimas afloraron desde sus ojillos, tapados por las lentes de unas gafas, al recordar a su querida esposa. Me comentó también su afición por la música y que era miembro de aquella famosa banda de músicos aficionados, que recordé en mis años de infancia, cuando recorría las calles del pueblo acompañando a Santa Barbara.


Sin querer, la charla, amena, grata y agradable, se extendió, y comenzó a forjarse una amistad. Ya al despedirme, ejecutó de manera sublime, el “nocturne” de Chopin, y un escalofrío se apoderó de mi cuerpo, dándole un fuerte abrazo a su termino.


Los días siguientes, me acerqué hasta su humilde carpintería, nuestra amistad, poco a poco fue creciendo, hasta llegar el día de mi despedida.

Con un fuerte abrazo y apretón de manos, le prometí que la próxima vez que viniera, lo visitaría, acompañado de algún regalo.


Emprendimos el viaje hasta Barcelona, una sonrisa se dibujaba en mi rostro, y el sonido del violín se había quedado grabado en mi cerebro, y aún retumbaba aquellas melodías sobre mis tímpanos. A los pocos años regresé al pueblo, con ansias inusitadas de visitar a mi amigo y entregar el regalo que prometí. Una penosa noticia, conocí nada más pisar el pueblo. Aquel hombre de semblante bondadoso, que tocaba el vioín con sentimientos, había fallecido, desde el cielo, su mujer lo esperaba con los brazos abiertos, y una dulce melodía fue entonada con el violín sobre el hombro


El Violin...
Dedicado a la memoria de Francisco Durán (d.e.p)




Marcos Tenorio Márquez

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