La Despedida
...Sonó
el despertador, antes de la hora convenida habitualmente, aunque ya
llevaba tiempo, observando las manecillas, como se aproximaba a la
hora, donde la alarma se activaría, aunque no haría falta, pues
antes que se activara ya había pulsado la tecla para desactivarla.
Sentada sobre el borde de la cama, su rostro presentaba, aspecto
pensativo reflexivo y una sonrisa agridulce, comenzaba a crecer sobre
su faz, donde el abundante cabello color castaño, ocultaba parte del
semblante. Con movimientos perezosos y lentos, se dirigió hasta el
cuarto de baño, donde el agua cálida y tibia, estimuló de nuevo,
las funciones elementales, para encarar la dura jornada que le
esperaba. En el comedor de casa la esperaba sus padres, en sus
rostros podría observarse, la tristeza, que desprendían, aunque
ocultaban con fuertes remordimientos, el vacío que de nuevo quedaría
su querida hija, al marchar.
..-¡Hija, he preparado las torrijas
paridas, que tanto te gustan, con la miel que trajimos de la Huerta
Grande!.
Exclamó la madre, ausentándose en esos momentos hasta
el cuarto de baño, donde un pañuelo secó las lágrimas, que de
manera abundante descendían de sus enrojecidos ojos.
..-¡Queridos
padres, que feliz, me encuentro con vosotros, me habéis dado todo
cuanto he necesitado, sin nada a cambio, en el mundo no habría oro,
para poder pagaros todos los esfuerzos y sacrificios, para lograr que
mi profesión sea hoy día, la realidad, que tanto añoré desde
pequeña!.
Una vez consumado el desayuno, encaró la puerta del
hall de salida, donde un frío pomo, recibió de manera sutil la
mano, que accionaba el mecanismo para abrir la puerta. En esos
momentos, un sonido lastimero, se dejo oír desde un rincón del
comedor, un sonido familiar, un sonido que solo podría oírse en
despedidas. Desde la mecedora, semitapada con algunas mantas, su
querida perra, la observaba con ojos afligidos, apenados
..-¡Ah
querida amiga, me olvidaba de ti, no te preocupes, pronto estaré de
vuelta!.
Exclamaba, mientras besaba de manera repetida, el
cráneo del animal entre la orejas, por su parte, la perra hacía
ademán para abrazar a la persona por la que sentía predilección,
la pequeña de la casa. Tras la despedida, volvió otra vez a la
mecedora permaneciendo en la misma posición, que ocupaba. Al abrir
la puerta que da acceso al patio, la temperatura descendió de manera
brusca, y padres e hija, arroparon bien la zona del cuello con
gruesas bufandas. El sonido de cancela, chirriante, crepitante y
crujiente, anunciaba e indicaba que ya estaban en la calle, frente al
coche, el cual la conduciría hasta su destino en el aeropuerto de
San Pablo. El pueblo aún en penumbras, permanecía enmudecido,
acallado, sólo algunos ladridos de perros y los tempranos cantes de
gallo, para anunciar las claras del día, rompían el silencio
sepulcral. En las esquinas de las calles, sutiles halos de luz,
perdían fuerza con el inicio de la claridad del día. Un rugido de
motor, advertía que el coche, se ponía en marcha para encarar la
carretera que conduce a Huelva. Las cortas Sierra Bullones y Filón
Centro, envueltas entre nieblas, comenzaban a recuperar las siluetas,
tras permanecer ocultadas por las tinieblas. En el asiento de atrás,
distraída, con multitud de proyectos, planes e ideas cruzando su
cerebro, la hija esbozaba una sonrisa, mientras los padres trataban
de hilar una conversación que hiciera el viaje ameno, entretenido y
agradable.
Sevilla, amanecía, envuelta en una fina niebla y
multitud de autos, adornaba las autopistas con infinidad de colores y
sonidos. El aeropuerto de San Pablo, les daba la bienvenida, con los
primeros rayos de sol y la subida de temperatura. A medida que se
aproximaba la hora de embarque, el corazón de la joven, palpitaba y
latía con brío. Aunque ya había viajado varias veces en avión, la
inquietud y desasosiego, invadía parte de su alma, y la respiración
aceleraba a medida que la hora se acercaba. Poco después se
anunciaba su vuelo por megafonía y los pasajeros pasarían a la sala
de embarque. Momentos de tensión, abrazos, lágrimas, a medida que
avanzaba, hacia la sala, volvía la vista para atrás de modo
intuitivo y allí estaban ellos, sin inmutarse, con los pañuelos
secando las lágrimas y saludando con las manos, que llevadas sobre
los labios, lanzaban besos y repetían de forma constante.
..-Adiós
querida hija, cuídate te queremos.
Tras la gran sala
acristalada, unos abatidos padres observaban como el avión
despegaba rumbo a la ciudad condal, desde allí tomaría otro vuelo
hasta su destino en Londres, su regreso no podría saberse, quizás
un año, dos.
La Despedida
Un
relato de Marcos Tenorio Márquez
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