El lago de
la pesadilla
Hay un lago en la distante Zan,
más allá de las regiones visitadas por el hombre,
donde se consume, solitario, en un espantoso estado,
un espíritu inerte y desolado;
un espíritu viejo y atroz,
Atormentado por una terrible melancolía,
que respira los vapores saturados de pestilencia
emanados por las aguas espesas y estancadas.
Sobre los bajíos, de cieno arcilloso,
retozan criaturas que repugnan por su degeneración,
y los extraños pájaros que merodean por sus orillas
nunca han sido vistos por ojos mortales.
Durante el día luce un sol crepuscular
sobre áreas cristalinas que nadie ha contemplado,
y por la noche los pálidos rayos de la luna penetran
hasta los abismos que se abren en su sima.
Sólo las pesadillas han podido revelar
qué escenas tienen lugar bajo estos rayos,
qué visiones, demasiado ancestrales para la mirada humana,
yacen sumergidas en su noche sin fin;
pues en aquellas profundidades sólo deambulan
las sombras de una raza silenciosa.
Una noche, saturada de olores malsanos,
llegué a ver, dormido e inerte, aquel lago,
mientras en el rojo firmamento flotaba
una luna creciente que brillaba y brillaba.
Pude contemplar la extensión pantanosa de las márgenes,
y las criaturas ponzoñosas deslizándose en las ciénagas;
lagartos y serpientes convulsos y agonizantes;
cuervos y vampiros descomponiéndose;
y también, volando sobre los cadáveres,
necrófagos que se alimentaban de sus restos.
Y mientras la terrible luna se elevaba en lo alto,
ahuyentando a las estrellas de los confines del cielo,
vi que las oscuras aguas del lago se iluminaban
hasta que aparecieron en el fondo las criaturas del abismo.
Más abajo, a una profundidad inconcebible,
brillaron las torres de una ciudad olvidada;
vi domos opacos y paredes musgosas;
agujas cubiertas de algas y salones desiertos;
vi templos desolados, bóvedas de espanto,
y calles que habían perdido su esplendor.
Y en medio de aquel escenario vi aparecer
una horda ambulante de sombras informes;
una horda maligna que se agitaba
ejecutando lo que parecía ser una danza siniestra
en torno a unos sepulcros viscosos
cerca de un sendero jamás hollado.
Un remolino surgió de aquellas tumbas
quebrando el reposo de las aguas dormidas
mientras las sombras letales de la superficie
aullaban al rostro sardónico de la luna.
Entonces el lago se hundió en su propio lecho,
tragado por los abismos cavernosos de la muerte,
y de la nueva y humeante tierra desnuda
se elevó una espiral de fétidos vapores, malsanos.
Sobre la ciudad, casi al descubierto,
revoloteaban las monstruosas sombras danzantes,
cuando, de pronto, abrieron con repentino estruendo
las lápidas de los sepulcros.
Ningún oído ha escuchado, ninguna lengua ha contado,
el horror innombrable que a continuación sobrevino.
Vi ese lago, esa luna retorcida,
esa ciudad y las criaturas que moraban en ella.
Y, al despertarme, rogué que en aquella orilla
nunca más volviera a hundirse el lago de la pesadilla.
H.P.
LOVECRAFT
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