Fragancias de mi tierra.
…Hacía décadas que no visitaba la tierra donde nací, y una noticia inundó mi corazón, una mañana de primavera.
Una pequeña caja, reposaba sobre la mesa del comedor, con interés, pregunté a mi mujer.
...-¿Quién ha traído esta caja?.
...-No lo sé, esta mañana, escuché unos golpes sobre la puerta, y al abrirla, aparecía sobre el piso esta cajita, con tu nombre impreso.
Respondió mi mujer, aún con dudas, sobre su rostro.
Tras meditar unos segundos, pensé.
...-Esto es una broma, aunque mi corazón palpitaba, latía y vibraba con celeridad.
Con torpes movimientos, debido al nerviosismo, comencé a retirar el papel, de aquel misterioso “cofre” y ante mí aparecía, cuatro billetes de tren, de ida y vuelta, para mi y mi mujer.
Una escueta nota, aparecía sobre los mismos, que leí con avidez, ansias y anhelos.
...-Querido amigo Carlos, sé que la situación por la que atraviesas, no es precisamente, próspera, acomodada y afortunada. En más de una ocasión, te he escuchado decir, que te gustaría visitar de nuevo tu tierra, antes de partir para ese reino, donde gobierna la tranquilidad y sosiego.
Permíteme, que te haga este regalo, aunque mi nombre, aparezca bajo el sinónimo de anónimo.
Unas lágrimas descendieron por el mentón y de alegría sollocé, mientras abrazaba a mi mujer.
Mi cerebro, comenzó a indagar, investigar y averiguar, la procedencia de aquella misteriosa caja, alabando a la persona, que me había ofrecido tan extraordinario regalo, sin que hallara ninguna respuesta convincente.
Más sorpresas aguardaba la misteriosa caja, pues al final sobre el fondo, unos billetes de “euros” me garantizaba una feliz estancia, sin ningún tipo de sobresaltos.
Emprendimos el viaje, y una sonrisa se dibujaba en mi rostro, mientras olvidaba mi terrible enfermedad. La piel comenzó a erizarse, cuando el tren, penetraba en tierras onubenses, y ya podía sentir sobre mis fosas nasales, las fragancias de las flores de aromos, brezos, tomillo y romero. Por fin llegamos hasta la estación y la adrenalina comenzó a cubrir, cada poro de mi piel.
El corto trayecto hasta la estación de “Damas” recordó mi infancia, cuando viajaba con mis padres....los churros del mercado del Carmen junto con el café, en el bar Central. Los almacenes “Arcos” “El Barato” “Deportes Peña” donde compré la primera equipación de mi equipo favorito,”El bar Zafra” la antigua estación de autobuses en avenida “Portugal”.
Ya nada existía, pero en mi cerebro llevo grabada todas esas imágenes, que me consuelan, cuando la nostalgia se apodera de mi alma.
Cogimos el autobús y noté lo cambiada que está la ciudad, tras mas de cuarenta años de ausencia. Contaba los minutos que faltaban para llegar hasta mi gente, contemplando los pueblos que recorría cuando niño...Gibraleón, San Bartolomé de la Torre, Alosno y por fin mi tierra.
Aproveché cada segundo de estancia en este bendito lugar, mientras mi ropa comenzaba a impregnarse de los aromas de mi tierra.
Cada día de permanencia, visité un lugar diferente, recordando aquellos años de mi infancia. Contemplé la puesta de sol, desde la “Divisa”, tras ocultarse el astro rey, por el gran cerro del aguila, donde acompañaba a mi padre, en su visita anual, con la virgen. Derramé una lágrimas, observando el cementerio, desde los antiguos vaciaderos de mineral, ahora convertidos en parque, difuminando aquel duro paisaje de rocas.
Me bañé en el dique “Pino” y visité cada una de las cortas. En el dique de “Lagunazo” recordé el fandango que cantaba Bartolomé, al sorprender una bandada de ánades reales y en el poblado, del mismo nombre, me sorprendí, que todo estaba sembrado de encinas. La huerta Grande, olvidada y muy deteriorada, allí cacé mis primeros zorzales, acompañados por José Manuel y su hijo, que en paz descansen.
Para terminar, visité, un lugar, al que no conocía, pues cuando marché, no era ni siquiera un proyecto. La hermosa ermita, orientada hacia el sur, refleja sus tonos nacarados y nevados, cuando el sol destella sus rayos dorados sobre ella, resaltando la imagen de la patrona, que se halla en su interior, como una delicada flor de primavera.
La noche antes de partir nuevamente para la ciudad condal, la pasé en vela, no quería abandonar mi tierra, aunque estaba satisfecho por el sueño cumplido y comencé a recordar nuevamente, quién me habría echo tan singular regalo. Guardadas en bolsas de plástico, impregnadas de fragancias, estaba la ropa que había usado en mi corta estancia.
Una vez en la ciudad, dije a mi mujer que no lavara la ropa, pues me gustaba exhalar las fragancias adheridas, mientras viajaba nuevamente a mi pueblo, con la mente, contemplando las pinturas de Bartolomé Rodríguez, que quedaron impresas en la tarjeta de mi móvil.
Nota.
Mi marido Carlos, acaba de fallecer en el hospital de la ciudad. Hasta el último aliento, no quiso desprenderse, de la ropa de su viaje a Tharsis, y de las fragancias que emanaba de las mismas pidiendo que tras su muerte, fueran depositadas en su lecho.
Al final del túnel, una luz cegó mis ojos y pude abrazar a personas que habían fallecido tiempo atrás. Abracé a mi querido amigo del alma... Jorge... y pregunté.
...-¿Fuiste tú, quién envió aquella caja?
Y asintiendo con la cabeza, respondió, positivamente.
Fragancias de mi tierra.......Un relato de Marcos Tenorio Márquez.
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